El Nuevo Dia

El Roosevelt, el cine de todos

José Alfredo Hernández Mayoral Abogado drive in, streaming

Antes todos teníamos nuestro cine. No éramos, en un sentido legal, los dueños –para ellos se trataba de un negocio– pero el cine del barrio nos pertenecía. Mi cine fue el Rívoli de Ponce, lo era también de mi hermano mayor con quien iba a pie todos los sábados y de nuestro amigo Pedrito que vivía a una cuadra y, por razones que no recuerdo, pero el hecho se me ha quedado, lo dejaban entrar gratis.

Esos cines de una sala en los cascos urbanos, a los que se iba a ver lo que estuviesen dando, sin importar, porque uno a lo que iba era al cine, fueron para generaciones de niños y adolescentes el lugar más anticipado de la semana.

En Puerto Rico comenzaron a surgir en 1909. La cantidad fue siempre en aumento, pasando de los cien en 1920 hasta llegar a un máximo de 186 en 1954, cuando llegó la televisión.

El Roosevelt es de esa época anterior a la televisión. Algunos lo han fechado en 1947 por ser esa aparentemente su primera inscripción registral. A mí se me hace que es de 1944 porque en la cartelera del periódico El Mundo del 13 de noviembre de 1944 dice que ese día se exhibiría la película Destroyer en el Roosevelt y para que eso fuera posible es necesario que existiera. Puede ser que tuviese una estructura previa y luego lo mudaran en 1947 a esa barraca Quonset, con las que se construyeron alrededor de 140 cines en Estados Unidos.

La urbanización Roosevelt, donde ubica, fue un proyecto de la Puerto Rico Reconstruction Administration de la década de 1930 con la meta de llegar a 2,000 casas a prueba de huracanes que se alquilaban a $8.50 al mes. El 17 de abril de 1939 se anunció en El Imparcial que habría de tener cine.

El Roosevelt era, por definición, cine de barrio. En 1949 pasó a manos de Rafael Ramos Cobián, el gran empresario de los cines de la época, quien le puso, porque tenía un ego saludable, Cobian’s Roosevelt. En los setenta lo adquirió Mario Solá y volvió a ser simplemente el Roosevelt. Luego lo heredó su hija Cecile, quien con su esposo Milton Garland, lo ha operado hasta ahora.

Que el Roosevelt se mantuviera operando todos estos años es algo muy fuera de lo ordinario. Cuando comenzó la televisión, la cantidad de cines comenzó a declinar. Adaptándose a los cambios, los cines migraron hacia los centros comerciales y el cine de barrio a desaparecer.

Lo que vino finalmente a liquidar esos cines fueron las tiendas de alquiler de vídeos en los ochenta. En cuestión de diez a quince años, cerraron todos. O, mejor dicho, casi todos.

Solo tres de los cines tradicionales sobrevivieron esa transformación: el Metro (1939), no como cine de barrio, sino como cine de los que no nos gustan las multitudes de los centros comerciales. El Auto Cine Santana de Arecibo (1957), que sobrevive como

lo que lo coloca en clase aparte y a prueba de pandemias. Y el Roosevelt.

Ha sido el único cine independiente construido antes de que hubiese televisión que sobrevivió todas las transformaciones de la industria. No lo cerró la televisión, no lo cerró el vídeo, no lo cerraron las multisalas. Lo ha venido a cerrar la pandemia, más bien el cambio en hábitos del consumidor hacía el que aceleró la pandemia.

El Roosevelt no era mi cine. Pero hoy es el cine de todos los que vivimos aquellos tiempos de los cines de barrio.

El Roosevelt no era mi cine. Pero hoy es el cine de todos los que vivimos aquellos tiempos de los cines de barrio”

OPINIÓN

es-pr

2021-09-21T07:00:00.0000000Z

2021-09-21T07:00:00.0000000Z

https://epaper.elnuevodia.com/article/281870121579096

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