Arquitecto, desarrollador, planificador y visionario son algunas (pero no todas) las cualidades que enmarcan la vida profesional de Domingo Sadurní. Sus obras están plasmadas en múltiples municipios de la isla. Creó, más que nada, una innovadora forma de desplegar las comunidades de manera que se fomentara, no solo el amor hacia una arquitectura moderna y refrescante, sino la sensación de unidad familiar y comunitaria.

Son muchas las obras que marcaron su carrera profesional. En todas, sin embargo, la creatividad se dejaba sentir. Ya fuese en los patios interiores, en los techos altos, en la expansión de los terrenos de los hogares, en las áreas verdes que integraban a la comunidad y en las áreas recreativas, marcó un hito en la construcción de urbanizaciones.

Muchos de sus proyectos fueron construidos entre las décadas del 1980 y 1990, periodo en el que la violencia azotaba en las zonas urbanas. Ante estos retos, Sadurní incorporó en sus diseños las urbanizaciones cerradas, de modo que solo hubiese una entrada y una salida supervisada mediante algún sistema de seguridad. Sus urbanizaciones se caracterizaban por entradas majestuosas que integraban la arquitectura tradicional y la paisajista, con elementos de seguridad.

Uno de sus proyectos icónicos fue La Villa de Torrimar, donde incorporó casas de mayor espacio, patios interiores y techos de hasta 14 pies de alto, algo inusual en las construcciones de ese momento.

Sadurní fue líder en incorporar conceptos que atañen muy bien a nuestro clima tropical. Los altos techos y la vegetación interior facilitan la frescura ambiental sin necesidad de artefactos mecánicos que consumen electricidad.

Aunque el emprendedor Domingo Sadurní ya no está con nosotros, sus obras sí lo están. Para los que vivimos en residencias diseñadas y construidas por él, cada vez que miramos los techos altos, los patios interiores o caminamos por las veredas que nos dejó, sabemos que, de una forma u otra, Sadurní está presente.