El Nuevo Dia

¿Signos de cambios en la política puertorriqueña?

Eudaldo Báez Galib Exsenador

La desvaluación de nuestra calidad de vida ha marcado inexorablemente nuestra época. Afectada por la corrupción gubernamental, la deficiencia en gobernanza, la quiebra, la dependencia de Estados Unidos y la criminalidad, hay caldo de cultivo para grandes cambios, dependiendo de nuestra actitud. O si no, la desarticulación de nuestra nacionalidad.

Hasta mediados del siglo pasado sufrimos el conocido añangotamiento social del que logramos despojarnos efectivamente creando al Puerto Rico moderno, durando hasta los años setenta cuando nos arropó nuevamente el marasmo. Luego de habernos organizado como un pueblo, volvimos al “reguerete de gente”.

Usualmente el sector que responde primero a estas crisis es el político partidista. Ocurrió con el popularismo de los cuarenta y es posible que ahora se coagule un algo indeterminado aún.

La pasada elección, y a partir de ella, aparenta cambios. Es evidente que los dos movimientos tradicionales, el Partido Popular y el Partido Nuevo, sufren visible contracción electoral, pues no logran producir un cadre de líderes “mágicos” a los cuales se nos acostumbró —Muñoz, Ferré, Albizu, Hernández Colón, Romero— ni sustituir esos carismas con ideas trascendentales. Es difícil en esta época de trivialización de noticias enfocadas al entretenimiento y con la capacidad de las redes sociales para distorsionar.

Entonces, ¿los “partidos emergentes” y su liderato tienen la capacidad para repetir, en términos de movilización social y de cautivar el imaginario político, la “revolución pacífica” popularista de entonces?

Pues bien, el momento histórico está, la crisis incrementa y el votante comienza a entender que el “estatus” es mito ante la fuerza de un poder federativo inafrontable. Busca “buen gobierno”. Así que los elementos para otra “revolución” los hay.

Ahora bien, si usamos como medida el olfato de políticos mediáticamente destacados, da la impresión que identificaron el momento. Manuel Natal, de Victoria Ciudadana, y César Vázquez, de Proyecto Dignidad, rompieron amarras con sus partidos de origen identificando las debilidades de aquellos; el estancamiento social en PPD y el incremento del conservadurismo religioso del PNP.

Agreguemos los más recientes. A Carmen Yulín Cruz y Luis Raúl Torres, ambos del PPD. Cruz, luego de sus triunfos en el PPD lideró un confrontamiento con el gobernador Alejandro García Padilla, a todas luces para retarlo en 2020, y aunque logró debilitarlo no obtuvo la candidatura, quedando al descubierto ante la base del PPD y sin posibilidades. Para Torres, el Precinto 2 era seguro mientras la figura del líder religioso Aarón, de la Congregación Mita, lo apoyaba. Al fallecer Aarón, necesita apoyo de otros sectores, no populares. Así que les puedo adjudicar a Cruz y a Torres instinto electoral, pero no histórico. Algo que sí reconozco en Natal, aunque manejó su ascenso descarnado con Cruz, pero quemó sus naves a tiempo. Y también en Vázquez, identificando la vena fundamentalista-religiosa que siempre permeó al novoprogresismo— heredero del Partido de Acción Cristiana— herida por posturas liberales del PNP.

Coincido con el licenciado Carlos Díaz Olivo, en su columna de ayer, lunes, de que nada puede aportar Cruz a los movimientos emergentes. La figura sí “emergente” es el independentista Juan Dalmau que, si las estrellas se alinean a su favor, puede liderar la difícil coalición en ciernes; y aunque no logren un triunfo electoral, podría sentar base para el 2028. El inmediato triunfo político de Dalmau fue anestesiar al sector de la izquierda lejana del independentismo para suavizar su endiablamiento “yanqui”, admitir socios “imperialistas” y algunos “vende patria”, y priorizar buena gobernanza y desarrollo socioeconómico sin abandonar, para un futuro razonable, la independencia —tal vez, inclusive, de la mano “yanqui”—.

OPINIÓN

es-pr

2023-03-28T07:00:00.0000000Z

2023-03-28T07:00:00.0000000Z

https://epaper.elnuevodia.com/article/281887302563926

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