El Nuevo Dia

FERNANDO CABANILLAS

Fernando Cabanillas, MD ONCÓLOGO

“Yo caminaba como un pingüino”

Pensé que me estaba poniendo viejo y decrépito… y que por eso arrastraba los pies al caminar, hasta que un buen día me enfermé con COVID-19 y aumentó la dificultad. Cuando acudí al hospital, al bajarme del carro, casi no podía caminar. Me dirigí a Sala de Emergencia donde me ordenaron una resonancia magnética (“MRI”) del cerebro que reveló dilatación de los ventrículos, dos grandes cavidades que se encuentran a cada lado del cerebro. Estos ventrículos producen un fluido que llamamos líquido cefalorraquídeo, en el cual flota el cerebro con el fin de amortiguar cualquier golpe, pero si un exceso de líquido cefalorraquídeo se acumula en esos ventrículos, estos se dilatan poniéndole presión a la masa cerebral que les rodea, causando así un trastorno que llamamos hidrocefalia. Existen dos tipos: de presión alta y de presión normal. Nos concentraremos en la más común, la de presión normal, conocido en nuestra jerga médica como “normal pressure hydrocephalus” (NPH).

Esto provoca una tríada de síntomas que incluye problemas para caminar, al igual que urgencia urinaria o incontinencia y, en algunos casos, demencia, que no necesariamente significa locura ni delirio. En la mayor parte de los casos la demencia consiste en problemas cognitivos y con la memoria reciente. Esta tríada no siempre está presente en su totalidad.

La forma de caminar del paciente con NPH es muy característica y, por ende, es lo primero que nos debe alertar que algo anda mal. Los pasos son cortitos como los de un pingüino y la persona tiende a arrastrar los pies. Se siente como si los tuviera pegados al suelo y puede haber dificultad al doblar esquinas. En algunos casos, la postura es anormal, caminando inclinado hacia el frente. El desbalance es también muy característico, causando caídas y dificultad para caminar en superficies inclinadas. En otros casos, el paciente tiene soñolencia y hasta puede quedarse dormido en el trabajo. Toda esta sintomatología es muy insidiosa, comenzando paulatinamente y progresando a través de meses o años.

NPH se considera una condición rara, pero realmente no lo es. Es cinco veces más común de lo que se piensa porque se calcula que de cada 100 casos de NPH, solo 20 se diagnostican correctamente. Los demás pasan desapercibidos debido a que la gran mayoría de los médicos no estamos familiarizados con esta condición. Casi todos los pacientes son mayores de 60 años y frecuentemente piensan, como me sucedió a mí, que no están enfermos, sino que los años les están cayendo encima. Es realmente trágico que esta condición no se diagnostique correcta y oportunamente, porque existe un tratamiento muy efectivo.

La urgencia urinaria y la demencia pueden ocurrir en otros trastornos además del NPH, causando así confusión en el diagnóstico. Es por eso que la forma tan característica de caminar del sujeto debe recibir más atención. De hecho, hace apenas tres días, estando con mi hija en un restaurante, ella notó que dos personas que salían del establecimiento parecían tener esta condición. Además, un médico amigo mío con NPH, al observar mi forma de caminar, me escribió para alertarme sobre esta posibilidad.

Una vez se sospecha que el enfermo tiene NPH, el próximo paso debe ser obtener un MRI que típicamente demostraría los ventrículos cerebrales agrandados. Sin embargo, en algunos casos el tamaño no es extraordinario y el diagnóstico fácilmente podría escapársele al radiólogo.

Ocurre en ocasiones que el MRI del cerebro no se ordena por sospecha de NPH, sino porque la persona pierde el balance, se cae, y recibe trauma serio a la cabeza, lo cual motiva un MRI y ¡sorpresa!… los ventrículos están agrandados, pero la dilatación no es suficiente para hacer un diagnóstico preciso. A fin de confirmarlo es necesaria una punción lumbar. Se le extrae al paciente entre 30 a 40 mililitros de líquido espinal puncionando la columna vertebral. Al extraerle esa cantidad de líquido, si el diagnóstico correcto es NPH, usualmente hay una mejoría inmediata y dramática en la marcha, al igual que en otros síntomas. Esta mejoría dura menos de 24 horas.

La causa primordial de este trastorno no se conoce, pero sí sabemos que usualmente el problema yace en que se reabsorbe menos líquido cefalorraquídeo que el que se produce, resultando así en un exceso de líquido en los ventrículos. ¿Por qué no se reabsorbe bien ese líquido? La verdad es que no se sabe. Por eso le llamamos NPH “idiopático”, que significa causa desconocida, para diferenciarlo del NPH secundario debido a causas como obstrucción del flujo de líquido secundario a trauma o meningitis.

Una vez se establece el diagnóstico de NPH, se debe proceder al tratamiento. Este usualmente es efectivo en más de 75% de los casos, ya que experimentan mejoría después de la punción lumbar. El manejo consiste en insertar un sistema de drenaje conocido en inglés como un “shunt”. La idea es entrar a uno de los ventrículos cerebrales con un pequeño tubito o cánula con el fin de drenar el líquido excesivo. Primero el neurocirujano introduce una varilla larga junto con una cánula para crear una especie de túnel subcutáneo, empezando en el vientre, subiendo por el tórax, el cuello, y terminando en la cabeza. Luego, se inserta una válvula en el cráneo que controla el flujo de líquido en una sola dirección: del ventrículo hacia el vientre. Finalmente, se remueve la varilla y se deja la cánula que termina en la cavidad abdominal, donde se deshecha el líquido excesivo.

Si a alguien le interesa un consejo en cuanto a dónde operarse para esta condición, les puedo advertir que no es necesario viajar fuera de Puerto Rico. De hecho, fui a una prestigiosa institución en el noreste de EE. UU. para evaluación. Pasé un día entero haciéndome pruebas; ni siquiera me vio un médico. La evaluación fue realizada por una “PA” (physician’s assistant) y una terapista física. Todavía estoy esperando que me digan desde ese famoso hospital si me consideran operable. Mientras tanto, ya me operé en HIMA de Caguas con el Dr. Iván Sosa, experto en esta condición. El Dr. Sosa está adiestrado en neurocirugía en UCLA (Universidad de California, Los Ángeles). Sin la menor duda, él es material académico envidiable para cualquier prestigiosa institución de EE. UU., pero afortunadamente se ha quedado en nuestra Isla 100 x 35.

Si están leyendo esta columna es porque estoy vivo. Sin ánimo de sonar melodramático, había dado órdenes de no publicar esta columna en caso de que no sobreviviera o se complicara la operación… aunque sabía que estaba en las mejores manos para este tipo de cirugía y que la mortalidad era casi nula.

No solo sobreviví… sino que estoy feliz porque inmediatamente dejé de caminar como un pingüino. Ahora me desplazo como un ser humano.

Aprovecho para agradecer infinitamente todo el apoyo y buenas vibras que me enviaron mis compañeros de trabajo, amigos, familiares, colegas y sobre todo al Dr. Sosa por su gran destreza y talento. Y a mis pocos, pero implacables enemigos, ¿qué les puedo decir? Pues que me alegro de haber confiado una vez más en la ciencia y… que no se hayan cumplido sus deseos.

Casi todos los pacientes son mayores de 60 años y piensan, como me sucedió a mí, que no están enfermos, sino que los años les están cayendo encima

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2022-11-06T07:00:00.0000000Z

2022-11-06T07:00:00.0000000Z

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