El Nuevo Dia

La alianza: ¿ángeles o demonios?

, [email protected] x Twitter.com/TorresGotay Benjamín Torres Gotay Periodista

En la extraordinaria novela ‘The Book of Night Women’, del jamaiquino Marlon James, una trepidante narración de una revuelta de esclavos liderada por mujeres en la Jamaica colonial, el gobernador británico de la isla, Sir George Nugent, comenta: “Si hay una sola cosa que haya llegado yo a entender de las colonias, mi querido, es que uno no hace aquí más que esperar”.

George Nugent existió. Fue gobernador de Jamaica entre 1801 y 1805. Pero la cita es de la invención de Marlon James. En una manifestación de arte verdadero, el autor, sin embargo, expresa, por voz de su personaje, una verdad seguramente más real que cualquier cosa que haya dicho en vida el tal Nugent.

Poca gente en la historia sabe más que nosotros de lo que es vivir, y esperar, en una colonia. Con 405 años bajo dominio español, más

125 bajo Estados Unidos, vamos escopeteando por el silenciador (conocido en buen boricua como el “mofle”) hacia el medio milenio bajo dominación extranjera. Irlanda, que estuvo más de 700 años bajo dominio británico, y es hoy una próspera democracia, es uno de los pocos países que nos gana en esto.

En la colonia, lo sabemos, lo sufrimos, nada cambia. Vivimos en un bucle eterno, viendo cómo pasan ante nuestros ojos hipnotizados, como un carrusel acompañado de música distorsionada, los mismos personajes, problemas, realidad, el mismo viento, la misma lluvia, dejando impresa en nuestra vida colectiva la acuciante sensación, asfixiante y opresiva, de que vivimos pedaleando en el aire, sin avanzar ni cambiar sin nada.

En días recientes, los vientos cuentan de un par de cambios. Son por el momento minúsculos y todavía de consecuencias insospechadas. Pero algunas reacciones hacen que convenga afinar el oído porque parecería ser que la historia esté desperezándose por primera vez en mucho tiempo.

La primera ventisca es la formalización de la alianza electoral entre el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el Movimiento Victoria Ciudadana. Aunque venía hablándose por más de un año, reveses judiciales, algunas noticias poco alentadoras vía encuestas y el tremendo hermetismo de las negociaciones, hicieron creer a más de uno que la iniciativa habría de zozobrar antes de zarpar. Asombraron los líderes de las dos colectividades, Juan Dalmau, del PIP, y Manuel Natal, de Victoria Ciudadana, cuando se presentaron ante la prensa anunciando un acuerdo mucho más abarcador del que se preveía.

Acordaron apoyarse mutuamente en todas las contiendas más importantes: la gobernación, la comisaría en Washington, la alcaldía de San Juan (junto a otros siete ayuntamientos, incluyendo Caguas y Ponce), los ocho distritos senatoriales y los 40 distritos representativos.

Es la primera vez en más de 70 años que colectividades distintas se unen de esta forma. Es, además, la primera vez que se hace fuera del marco legal que hasta el 2011, cuando fue prohibido, permitía las candidaturas coaligadas.

El arreglo enfrenta desafíos descomunales. El primero es ganar apoyo en un país alérgico al cambio y a los sobresaltos. La alianza se junta partiendo de la fuerza inusitada, pero todavía insuficiente para ganar, que demostraron en 2020. Nadie puede negar, sin embargo, que la ausencia de Alexandra Lúgaro, quien fue en los pasados comicios la principal atracción de Victoria Ciudadana, se siente bastante.

El otro reto, el más importante, es combatir a dos mamuts -el Partido Nuevo Progresista (PNP) y el Partido Popular Democrático (PPD)- con acceso a recursos económicos, organizacionales e incluso mediáticos con los que la alianza en este momento no puede ni soñar. Ir quitándole suficientes apoyos como para derrotar a dos partidos tan dominantes por tantos años va a ser tarea de titanes.

El adversario más formidable, por supuesto, es el PNP. Tiene dinero de sobra, una organización cuasimilitar y todos los recursos del Estado a su disposición. Enfrenta una primaria sangrienta y quién sabe qué quede cuando acaben. Pero antes han ganado incluso sangrando por heridas primaristas.

El PPD, si algún día logra desenredarse de sus cuitas intestinas y mirar por fin al país que quiere volver a gobernar, podría ser también un rival de consideración.

El otro reto que enfrenta la alianza es el manejo de los candidatos que aparecerán en la papeleta estatal y la de Washington, solo para que haya nombres ahí que impidan la descertificación de ambos partidos. Dalmau y Natal plantearon esta arriesgada movida como la única alternativa que les dejó un código electoral diseñado a la medida del PNP y el PPD.

Pero siendo algo nunca antes visto aquí falta ver cómo ambos partidos, el público, los medios de comunicación, todo el mundo, va a manejar a los “candidatos no candidatos”. Algunas de las muchas preguntas que surgen de esta movida: ¿Acudirán esos candidatos a debates, a los mil foros que hay en época electoral? ¿Darán entrevistas? ¿Irán a caravanas, darán discursos, qué dirán? Eso, y mucho más, quedó planteado con esta movida.

Las reacciones del resto del liderato político al surgimiento de la alianza son la evidencia de otro cambio de enorme magnitud.

PNP, PPD, todos sus portavoces en los medios, hasta Proyecto Dignidad, soltaron fuego de metralla al junte. Por el apasionamiento y virulencia de lo dicho, no parecería que se trata del junte de dos partidos que nunca han estado ni cerca de ganar unas elecciones generales.

PNP y PPD, que son los partidos que tuvieron a Puerto Rico a cargo durante el desplome de las finanzas estatales, el servicio público, la institucionalidad y los servicios esenciales y la propagación de la corrupción y el saqueo por todas las arterias del gobierno, reaccionaron con argumentos y actitudes idénticas. Aunque hace tiempo actúan en alianza de facto, pocas veces se les había visto en tanta armonía.

Entre el 2012 y el 2020, el PNP perdió el 58% de su voto y el PPD el 63% Están, por lo tanto, en modo de supervivencia. Quizás eso explica por qué, ante la alianza, se dejaron ver, con más claridad que nunca antes, como lo que hace tiempo se intuía: no son ya los enemigos acérrimos que fueron por medio siglo, no le es perturbador a ninguno de los dos la existencia o posible victoria del otro y pueden juntarse sin respingar en contra de una amenaza, o a favor de un beneficio, común.

La alianza acabó de demostrar que ya no se miran el uno al otro como rivales. Ese es un cambio en los vientos electorales bastante significativo. ¿Será el 2024 “alianza buena”, versus “junte demoníaco”, como dijo un vez Tatito Hernández? Siendo ese el caso, tocará al país, de aquí a un año, dictaminar quién es el ángel y quién el demonio.

Pero hay, por fin, un caballo nuevo en el carrusel. Eso nada más es ganancia.

PUERTO RICO HOY

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2023-11-19T08:00:00.0000000Z

2023-11-19T08:00:00.0000000Z

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