El Nuevo Dia

El último día del Cine Roosevelt

Un centenar de personas llegaron el miércoles hasta el antiguo Cine Roosevelt, en Hato Rey, para ser testigo de la última tanda de este espacio cultural, que cerró sus puertas luego de 73 años de operaciones

MARIELA FULLANA ACOSTA [email protected]

Edwin Bauzó Ramos entra con su andar ligero por una de las puertas de cristal del antiguo Cine Roosevelt. Su llegada es el aviso de la acción.

Envuelto en el aroma de popcorn caliente con mantequilla, pasa frente a la tiendita de dulces del cine y sigue su rumbo por un pasillo. Al fondo a la izquierda está la sala principal y de frente, una puerta que abre con una de sus llaves mágicas. Sube por unas escaleras en madera, sin apenas mirar atrás, hasta llegar al punto más alto del cine.

Desde allí, se aprecia la cúpula de este hangar, donde en la década del 40, se construyó este espacio que ha servido a la comunidad. Con la misma rapidez de su andar, Edwin abre otra puerta hasta llegar al cuarto de proyección. En este lugar ha pasado tres décadas de su vida y ha visto tantas películas que “decir como loco es poco”. También ha sido testigo de los cambios tecnológicos: desde los proyectores de 35 milímetros hasta el actual sistema digital, donde con solo el toque de un botón, todo corre.

Llegó al Cine Roosevelt cuando tenía 22 años. Como vecino de la comunidad, siempre le fascinó el cine y tan pronto tuvo la oportunidad, le solicitó a Mario Solá –antiguo propietario- que le diera una oportunidad. Y aquí ha estado. Hasta hoy.

“Ahora pongo esto ready y voy para allá abajo a ayudar a los muchachos a partir taquillas. Como todo es digital, me encargo de programarlo y ya está. Cuando no era digital me tenía que quedar porque era sistema de plato, pero ya no. Todas las películas que he visto yo aquí… Pero seguimos pa’lante”, dice con un suspiro.

Ésta es la última tanda del antiguo Cine Roosevelt. Luego de 73 años de operaciones, el pasado 16 de septiembre, los actuales dueños, Cecile Solá y Milton Garland, anunciaron que cerrarían el cine de forma definitiva. La pandemia, las restricciones gubernamentales y los servicios de streaming, afectaron grandemente al negocio al punto que la operación era insostenible.

La noticia del cierre corrió rápido por las redes sociales y a partir de entonces, los empleados del cine comenzaron a ver mayor movimiento. Pero como dice Marino de León, administrador del negocio, la respuesta llegó muy tarde. “Cuando dijimos que íbamos a cerrar la gente empezó a venir, pero antes…”, comenta Marino reclinado del mismo escaparate de cristal donde hace dos décadas empezó a trabajar vendiendo dulces.

El reloj todavía no ha marcado las 7:00 de la noche, y las puertas del cine no han abierto, pero acá adentro ya está todo listo para darle la bienvenida al público. La larga fila que abraza la esquina de la calle ingeniero Ricardo Skerret con la Juan A. Dávila, evidencia lo que dice Marino. La película en cartelera hoy es lo de menos. Los que se encuentran esperando están aquí para ser testigos de la última proyección en este cine comunitario que marcó a tantas generaciones.

Afuera, varias personas aprovechan para tomarse fotos frente al luminoso y distintivo letrero donde se anuncian las películas en letrecillas rojas. Entre ellos están los amigos, José Martínez, José Díaz y Josué Ortiz, quienes decidieron reencontrarse en este punto para recordar sus años universitarios y rendirle homenaje a ese espacio que les sirvió de refugio por tantos años.

“Cuando vimos el artículo del cierre en el periódico, dijimos, ‘lo perdimos’, y decidimos llegar hasta aquí”, explica José Díaz. Su tocayo, José Martínez, pasa memoria de todos los momentos que vivieron en este lugar al que venían por lo general los domingos, cuando “se podía comprar un popcorn y refresco, todo por un peso”.

“Es que esto era un cine de pueblo, de barrio”, agrega Josué Ortiz sobre la esencia de éste, el último cine comunitario de San Juan.

La fila ha comenzado a moverse. Marino de León acaba de abrir la boletería y Edwin Bauzó se apresura para colocarse frente a una de las puertas del cine y recibir a los clientes. “Adelante, vengan por acá, bienvenidos”, dice con familiaridad, mientras parte las taquillas. Muchas personas le piden si pueden conservar el boleto a modo de recuerdo y luego de pensarlo, le da el visto bueno. “¡Mira cómo está esto! Esto era lo que hacía falta para que no cerráramos”, comenta Bauzó y sigue en su trabajo.

Poco a poco la calle frente al cine comienza a llenarse de personas de la comunidad. “Permiso, ¿tú eres del periódico? Es que yo soy de Roosevelt”, interrumpe Dorlizca Irizarry. “Yo venía aquí todas las semanas. Venía con mis amigas de la calle

Carbonell. Soy prima de los Monclova y abuela vivía allí y yo vivía en la otra calle. Los martes era el Día de Damas y yo llegaba bien temprano y me ponía a estudiar en la sala en lo que empezaba la película. Eso era religiosamente todos los martes”, narra, al tiempo que enumera las películas que vio aquí: “Jaws”, “Blue Lagoon” y “The Elephant Man”, entre tantas otras.

Hoy está aquí con su primo y otros miembros de su familia para honrar este espacio, pero admite que hace tiempo no venía. “La verdad es que ya no lo patrocinaba como antes y te confieso que lamento no haber venido más”, señala con pesar y nostalgia.

No hay duda de que con el cierre del cine se van muchas memorias. Eso afirma Juan Curet, quien lleva 75 años viviendo en Roosevelt y hace la fila para entrar a la última tanda. “Se va la esencia de esta urbanización y de las adyacentes, se va la historia”, comenta.

A su lado, su hijo William Curet, y los hermanos Víctor y Myrna Jordán –también de Roosevelt- comparten más anécdotas. Recuerdan a Piroño, fenecido proyeccionista que laboró por mucho tiempo en el cine, y los domingos familiares cuando la sala estaba tan llena que había que sentarse en el piso. “Son muchos sentimientos encontrados. Yo me crié aquí y la primera película que vi fue aquí. Para los que nos criamos aquí, hoy se va mucho”, reflexiona William Curet.

Ya son los 8:00 de la noche cuando llega por ahí Marisela “Cucha” Maldonado, “rooseveltiana” de corazón, quien ha organizado un evento para darle el último adiós a este espacio. A esta hora han colocado una mesa al lado de la entrada del cine, con un sistema de sonido y una bocina para dar los mensajes finales e interpretar el himno de Roosevelt que escribió Bobby Capó, hijo.

“Roosevelt es un pueblo en la ciudad porque aquí hay de todo, lo que no hay es cementerio porque la gente no muere”, expresa Cucha, quien afirma que con el cine se va parte de la vida de la comunidad. “Este era nuestro punto de encuentro y a veces veníamos dos veces a ver la misma película porque queríamos cogernos las manos y esas cosas... Esto era una vida para nosotros. Ahora, pues, ahora no podemos dejar pasar por alto este momento. Que el mundo sepa que se va un ícono no de Roosevelt solo, sino de Puerto Rico”, puntualiza.

Vecinos de las zonas aledañas también han llegado, como es el caso de Brenda Aponte, de Río Piedras, quien decidió acudir a la última tanda a modo de agradecimiento. Cuenta que cuando sus tres hijos eran pequeños ésta era la única opción que tenía de entretenimiento porque podía pagar los boletos y comprarle dulces a un precio accesible.

Esa es una de las razones por la que Daniel de Jesús, de la comunidad de San José, acude a este cine. Primero vino de niño con su familia, luego comenzó a venir con su novia, Yashira Rodríguez, hasta que se casaron. Hoy están aquí junto a sus tres hijos, Alexander, Fabián y Santiago, a quienes los empleados del cine han visto desde que estaban en el vientre. “Nos da mucha nostalgia”, asegura Daniel evidentemente emocionado. “Ésta será nuestra última visita y teníamos que ser parte de la historia”, agrega sobre qué lo motivó a llegar con su familia. La fila sigue avanzando y el público llegando. Pero de repente, todo se detiene. Edwin Bauzó dice que hay que cerrar la boletería, que ya las dos salas se llenaron a la máxima capacidad permitida por la orden ejecutiva, 210 personas.

“Llegamos y ya sold-out… Pero no pasa nada”, expresa Sandra Mújica, quien a pesar de no poder acceder a la última proyección se queda en el evento para despedirse de un espacio que siempre será especial en su vida.

“Aquí he pasado todas mis etapas, desde niña, adolescente, cuando me hice novia de mi esposo, cuando nos casamos y luego con los hijos y los nietos, o sea, que toda una vida he estado aquí”, comparte para enseguida saludar a vecinos y a los empleados del cine, quienes la conocen muy bien.

Un poco después, y sin previo aviso, Ismael Rosario, se para frente a las puertas de la estructura con su trompeta y comienza a tocar. Las voces se silencian y todos escuchan y aprecian la hermosa escena, que parece sacada de una película. “Llevo solo ocho años en Roosevelt, pero esto lo hago con mucho amor para la comunidad de la que me enamoré”, expresa al acabar.

En el interior del cine viejos y nuevos empleados se saludan y se abrazan. Saben que queda poco tiempo para cerrar un ciclo. En las salas, sigue corriendo la película y afuera la gente espera a que todo acabe para el aplauso final.

“Merino, cómo vamos”, se escucha decir a Edwin Bauzó para saber cuánto queda de película. “Ave María, me duelen hasta los pies y to’ men”, se queja, pues no ha parado desde las 6:00 de la tarde.

Queda poco para las 10:00 de la noche y afuera suena el himno de Roosevelt. “¿Quién se murió?, pregunta una muchacha a una empleada del cine. Sin dudarlo, ésta le responde: “¡El cine!”.

Un aplauso tímido se escucha dentro de una de las salas. Es el aviso de que la película ha terminado. Los empleados abren las puertas para que el público salga y afuera la comunidad espera con vítores y fuertes aplausos.

“Hoy despedimos nuestro cine con mucho dolor, con mucha tristeza, pero nos llevamos el recuerdo en nuestro corazón y verdaderamente eso es lo que vale”, pronuncia Cucha Maldonado por micrófono. Juan Medina Rosa, presidente de la Asociación Recreativa y Cultural de Roosevelt, le sigue. “Quiero que sepan que esto no va a quedar así, se están haciendo unas gestiones para ver cómo podemos salvar esto, porque esto es patrimonio nacional”, afirma. “Espero que no sea la última vez que nos veamos. Y mire, ¡qué viva el cine Roosevelt!”, exclama y suena nuevamente el himno de la comunidad.

Los empleados van saliendo y la emoción se siente. Casi en un parpadeo se apaga el luminoso letrero del cine y la calle queda sin brillo. Se escucha el lamento y otra lluvia de aplausos. Isabel Santiago, residente de la zona, llora y afirma que albergaba la esperanza de que el cine no cerraría.

Finalmente salen del lugar Marino de León y Edwin Bauzó, quien con otra de sus llaves mágicas cierra la puerta. “No pierdan la esperanza de que esto vuelva a funcionar. Esperemos, crucemos los dedos”, concluye Bauzó ante una lluvia de aplausos y dejando atrás este espacio que vivirá en la memoria de esta comunidad como ese gran amor que nunca se olvida.

“¡Mira cómo está esto! Esto era lo que hacía falta para que no cerráramos”

EDWIN BAUZÓ

EMPLEADO DEL CINE ROOSEVELT Y VECINO DE LA COMUNIDAD

PORTADA

es-pr

2021-09-26T07:00:00.0000000Z

2021-09-26T07:00:00.0000000Z

https://epaper.elnuevodia.com/article/281736977602931

El Nuevo Dia