El Nuevo Dia

“La vida es lo que tú percibes”

A los 89 años, la reconocida ceramista Antonieta Hope hace una nueva exposición y demuestra que no hay límites cuando se trabaja con pasión y disciplina

MILDRED RIVERA MARRERO Especial El Nuevo Día

Bautizada como Antonieta Hope, la artista radicada en Puerto Rico desde 1962 nació 20 años después de la revolución de México y se crio en una familia y un país hambrientos de conocimientos, de renovación constante y de superación.

Conocida como Toni Hambleton –por su apodo y el apellido de su difunto esposo Robert “Bob” Hambleton–, la artista fue la mayor de una familia de ocho hijos profundamente influenciada por el interés de sus padres en la educación. Particularmente su madre, del mismo nombre, quien fue una mujer “sumamente inteligente, que se educó ella misma”. Nacida en un área minera con una fuerte presencia de personas inglesas y americanas, no terminó la escuela superior, pero “leía vorazmente”, pasó los exámenes de inglés hasta la maestría en la embajada inglesa, se certificó en francés en la embajada de Francia e hizo lo mismo con la historia de México, recuerda con amor Toni.

Fue su madre quien le dijo: “La vida es lo que tú percibes. Cada uno de nosotros ve lo que le toca ver”, sostiene.

“Nuestras salidas eran para ir a la librería a ver libros baratos para que todos los leyeran. Podíamos comprar un libro al mes y todos lo leíamos. Era la Librería Cristal”, dice, para luego narrar que, en su casa, todos los viernes era noche de poesía; cada uno tenía que leer una. “Mi primer regalo fue el libro ‘El Tesoro de la Juventud’, que era como nuestra enciclopedia y teníamos que leer y enseñarles a los más pequeños”.

“Nunca tuvimos mucho dinero, pero siempre tuvimos música, libros y verde (por el campo al que se iban los fines de semana con su familia extendida)”, destaca. Sus referencias al campo en Pachuca de Soto, capital de Hidalgo, culminan en una fascinante anécdota sobre su familia, pues el abuelo de su mamá fue gobernador del estado de Hidalgo cuando el primo de este, Porfirio Díaz, fue dictador de México.

Fue su madre quien la inició en una educación de avanzada cuando la matriculó en una escuela informal recién abierta en el consulado inglés para niños de 5 a 12 años. Allí, tomando clases bajo un árbol, aprendió de diversas formas: leyendo, investigando, escribiendo y buscando “con una maestra extraordinaria” que enseñaba de acuerdo con la capacidad de cada alumno. Cuando la maestra mudó la escuela a su casa, la siguió y continuó con una educación que integraba historia de México y las clases tradicionales con música, clases de cómo poner una mesa, y otras.

De ahí, pasó a estudiar con unas monjas benedictinas que visitaron a su papá en la empresa familiar para comprarle escritorios “y mi papá cambió escritorios por matrícula” y cuatro de sus hijos fueron matriculados en el colegio bilingüe Tepellaque, donde tomó clases de biología, mecanografía, taquigrafía, deportes, latín, griego, música y dibujo, entre otras, además de cultivar la tierra.

A sus 9 años, ella y tres de sus hermanos tenían que caminar y tomar guaguas para llegar y regresar del colegio y fue “una aventura que me dio libertad. Fue una educación de calle, muy independiente”, pues en su camino se cruzaban con escribanos, barberos, gente vendiendo alimentos y otros. “Crecí en un México con mucha pobreza y mucha creatividad para sobrevivir”, amplía.

“Recibí una educación muy completa”, reflexiona Toni, para luego añadir que, al graduarse de escuela superior de ese colegio, quería ser arquitecta, pero su papá decía que las mujeres decentes no iban a la universidad. Entonces, la enviaron a una escuela para señoritas, que se formó en la época de los cristeros, cuando se persiguió a la iglesia Católica, donde tomó clases de ética apologética y literatura, entre otras. “Muchas clases las daba el arzobispo de México”, dice. “Fue una escuela de pensar”, afirma.

Luego, fue a Kansas con una beca y, a su regreso, entró a trabajar con las Monjas Ursulinas, que llegaron de Cuba. Estando con ellas, dio clases a niños y aprendió muchas técnicas pedagógicas y, por las noches, estudió diseño de modas.

Estuvo con las monjas de 1954 a 1959, año en que se casó con Bob, un americano que fue a estudiar a México luego de la Guerra de Corea. Se fueron a Chicago por una promesa de empleo que no se materializó, Bob trabajó en una empresa con tiendas parecidas al concepto de K-Mart y, finalmente, vinieron a establecer un negocio en Puerto Rico.

Llegaron el 14 de diciembre de 1962. Tenían un niño de 2 años, uno de 11 meses y ella estaba embarazada. “Me bajé y dije: ‘Este es el infierno; no puedo con este calor’, porque venía de siete bajo cero”.

Pero Bob se enamoró de la isla, y ella, eventualmente, también.

PRUEBAS DIFÍCILES

En una época en que había pocos mexicanos en la isla, trabajó en una escuela Montessori porque “era la única forma de conocer gente con niños de las edades de mis hijos. Eso me dio la oportunidad de conocer un mundo de mucha gente distinta y fue muy bonito. Todo el mundo me abrió los brazos y nunca me sentí sola”.

Años más tarde, la vida le dio una fuerte prueba que le permitió conocer a fondo la bondad y desprendimiento del puertorriqueño. Uno de sus hijos enfermó y murió de cáncer a los 10 años.

“Ese fue el que me convenció, después de morir, que de Puerto Rico yo no me iba”. En el proceso de la enfermedad, su esposo se quedó sin empleo y sin plan médico, “y

los médicos y el Hospital del Maestro nunca me enviaron una factura. Fueron muy generosos con nosotros”, revela.

LA PASIÓN HECHA BARRO

Fue a sus 38 años, en 1972, cuando tuvo su primer encuentro con el barro y comenzó su desarrollo en una disciplina que le dio paz, le dio una nueva familia, le permitió expresarse artísticamente y que, eventualmente, la daría a conocer más.

“El barro, para mí, fue el medio que me sacó mi rabia, mi tristeza, mi poco entendimiento del cáncer; todo lo que tú cargas después de la muerte de un hijo, porque nunca dejas de pensar que pudiste haber hecho algo”, admite.

Todo comenzó cuando su hija, Tonita, cogió clases de cerámica en el taller de Villa Caparra. “La primera vez que la busco, digo: ‘Yo tengo que tocar el barro’”. Preguntó y empezó a tomar una clase para adultos.

Allí, se encontró con la maestra de ciencias de uno de sus hijos, Maribel Suárez, madre de Jaime Suárez, quien, mientras su hijo estaba enfermo le daba piezas para que el nene las pintara. Luego que su hijo murió, vio unos platos de barro rojo que le fascinaron y, al preguntar, le dijeron que eran de Jaime, y dijo que quería tomar clases con él, que había regresado de tomar clases en la Universidad de Columbia.

A partir de ahí, se convirtieron en compañeros de labores artísticas y familia. “Lo bonito que tiene Jaime es que la familia entera me adoptó. Jaime es mi hermano”, dice del ceramista, que es poco más de 10 años menor que ella.

Con un grupo, iban a trabajar, a enseñar y a aprender, todos los martes, a Estudio Caparra. Luego, dieron clases en la Liga de Arte, en San Juan, y crearon el grupo Manos. Tuvieron el beneficio de que Jack Meta les dejó un espacio en el Centro de Convenciones, ahora Ventana del Mar, y solo les cobraba el 10% de lo que vendieran. “Éramos como 23 y corríamos entre todos. Cada dos meses, teníamos una exposición de barro y otras cosas”, indica Toni sobre el proyecto que duró de 1976 a 1980.

El desarrollo llevó a muchos de sus integrantes por caminos distintos y decidieron cerrar esa galería y abrir Casa Candina, en 1980.

“Casa Candina era un sueño de Jaime y mío de abrir un espacio donde pudiéramos hacer el reguero que el barro hace sin tener que limpiar todos los días”, dice sobre el proyecto del cual también fueron fundadores Bernardo Hogan y Susana Espinosa.

“Éramos unas personas tan distintas y, al mismo tiempo, tan iguales. Nunca tuvimos un sí ni un no”, manifiesta Toni, sobre el proyecto que comenzó como un taller, escuela y galería de cerámica y terminó siendo “un centro cultural muy importante porque contribuimos con pintores, dibujantes, diseñadores y teatreros. Muchos, como el consulado de Viena, tuvieron su oficina allí. Tony Chiroldes tuvo su primera obra allí. Todo lo que se hizo por el sida, se hizo allí, se levantó dinero”.

Después de mucha labor e influencia en el mundo de las artes plásticas, Casa Candina cerró como escuela y galería en 1992, aunque como organización incorporada cerró recientemente.

“Pero, en esa trayectoria de 12 años, todos crecimos”, asegura la artista, quien luego de ese cierre se fue dos meses como artista residente a Hungría.

A su regreso, su esposo le había construido un taller en su casa, en Cayey, para que pudiera continuar su producción.

Su esposo falleció en 2020 y, nueve años después, a ella se le desarrolló una artritis reumatoide que le viró los dedos de las manos. Pero le dieron tratamiento y se le quitó el dolor. Más recientemente, sufrió una trombosis múltiple y una embolia, pero se recuperó y continuó laborando en su taller.

En enero de este año, el médico la encontró mejor y Norma Vilá le dijo que debía hacer una exhibición. Hace cuatro meses, Toni decidió hacerla y, aunque estuvo bloqueada un tiempo, pudo producir varias piezas: sillas.

“Escogí el nombre primero. Dije: ‘Ya a mi edad, voy de silla en silla’. Y cada obra lleva el título de: “Pensando en … ¿Qué soy?”', dice.

Ahora, se prepara para cumplir con varios pedidos y para hacer piezas para dos exhibiciones próximas, una para recaudar fondos para la organización que ayuda a artistas y la otra para un evento de barcos que se presentará en la fuente del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré.

VIVIR A PLENITUD

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2023-09-24T07:00:00.0000000Z

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