Luego de quedar anonadado con los comentarios de Liza Fernández a los efectos de que en las Fiestas de la calle San Sebastián supuestamente la gente le decía que el aún legislador José Luis Rivera Guerra no había hecho nada malo, y luego de escucharla exonerándolo porque no había hecho nada ilegal —sino meramente unas omisiones—, mis pensamientos se remontaron a los albores de la revolución francesa. A María Antonieta de Austria, esposa de Luis XVI de Francia, se le adjudica una desafortunada frase que fue un detonante del giro que tomó la revolución. Sobre el pueblo francés que acudió a Versalles a reclamar que no tenía harina ni trigo para hacer el pan, ella dijo: “Qu’ils mangent de la brioche” (¡Que coman pasteles!).

Aunque algunos historiadores señalan que la frase no fue pronunciada por ella, le fue achacada y, así, aumentó la antipatía que sentía el pueblo francés hacia su reina. Algunos arguyeron que fue un comentario ingenuo de una persona que estaba tan desvinculada de la realidad que desconocía que para hacer pasteles también hacía falta harina o trigo. Otros —la mayoría— concluyeron que era un comentario cínico de quien se arrogaba ser parte de una “especie” especial.

Cuando escuché a Liza Fernández, pensé que sus comentarios —al igual que las palabras de María Antonieta— eran fruto de una total enajenación o que, sencillamente, constituían otra inaceptable actuación de la presente Asamblea Legislativa que se proyecta como si los miembros de la mayoría estuvieran por encima de la ley y que sus beneficios, privilegios y trato preferente son sus prerrogativas incuestionables. Eso también pensaba María Antonieta y todos sabemos cómo terminó.

No sé en cuál calle del Viejo San Juan estaba Fernández cuando supuestamente escuchó frases de apoyo a Rivera Guerra. Evidentemente, no eran las mismas calles donde estuve o donde estuvo el exsenador Arango, las cuales tuvo que abandonar precipitadamente. Y es que, sencillamente, el malestar generalizado en todas partes, incluidas las redes sociales, ha sido tan manifiesto que la decisión de la Comisión de Ética de la Cámara el lunes trascenderá como el “toallazo” de Liza.

El problema que tiene esa comisión es que todo el pueblo sabe que la investigación fue pro forma. Varios periodistas habían adelantado que se había negociado un acuerdo a través de Edwin Mundo, quien era asesor de Rivera Guerra a la misma vez que de la presidenta de la Cámara. Como consecuencia, la sanción sería algo insignificante como lo que eventualmente fue. Ciertamente, no hubo sorpresas y ya muchos legisladores, incluida Fernández, lo habían defendido públicamente.

El problema es que las imputaciones eran muy serias: uso ilegal de energía eléctrica y agua potable, falta de pago de servicios esenciales, omisión de inscribir propiedades en el CRIM, omisión de pagar contribuciones sobre sus propiedades y la construcción de una residencia sin el permiso correspondiente. No se requiere de mucha imaginación para anticipar qué le habría pasado a cualquier ciudadano que hubiera obrado como Rivera Guerra y no fuera miembro de la claque legislativa.

Actitudes y comentarios como los de María Antonieta generaron una gran indignación en el pueblo que propició grandes cambios, no meramente en Francia, sino en todo el mundo occidental. De ahí surgieron grandes cosas, como, por ejemplo, el fin de la monarquía absoluta y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Esperemos que este último episodio de lo que ha sido una desafortunada e interminable cadena de eventos de intolerancia, de mediocridad y de velar por sus propios intereses que ha caracterizado a la presente Asamblea Legislativa genere un tipo de reacción decisiva en nuestro país que produzca los cambios que tan apremiantemente necesitamos todos. Recordemos, sin justificarlos, que las grandes crisis y los abusos son los más efectivos generadores de cambio.